Lula Monjeau: “La escuela de navegación es la semilla que nos permite hacer muchas otras cosas”

Una verdadera familia de navegantes: eso es lo primero que una piensa cuando conoce a Lucía Monjeau, hija, nieta y sobrina de capitanes que, a bordo de sus veleros, de todas las clases y categorías, surcaron mares y ríos, corrieron regatas e hicieron travesías desde la Ciudad de Mar del Plata, sobre el sur de la Provincia de Buenos Aires, que emerge desde sus acantilados y escolleras, los delfines y los lobos marinos, a medio camino entre las casonas de un pasado aristocrático y sus hoteles sindicales populares, una infinidad de buques pesqueros y las olas que crujen en la rompiente de un puerto incesante.

En ese mismo puerto, más precisamente en una de sus instituciones más emblemáticas, el Club Náutico Mar del Plata, Lula –como la llaman— comenzó a navegar durante sus primeros años de vida. Sus padres y tíos, mientras, ganaban campeonatos o entrenaban equipos. Sin embargo, sin muchas opciones a la vista, desde pequeña le daban terror los lobos marinos (hay colonias enteras en el puerto) pero arremetió con su pequeña vela a bordo de un optimist, entre las marejadas verdeazuladas y los vientos del sudeste:

“Cuando éramos chicas, con mi hermana melliza, nos llevaron a una escuela de orientación deportiva que había en el club pero no nos dieron muchas opciones: en el remo vas para atrás como un cangrejo, la natación es muy individualista, el tenis tampoco porque te morís de calor, en cambio, navegar es una genialidad (se ríe). Por eso las dos elegimos navegar a vela a los seis años. Yo creo que ella lo disfrutaba porque siempre fue más lúdica y yo, en cambio, era muy competitiva y exigente. Nuestro primer entrenador fue Matías Capizzano”

Pero las olas –y los años– pasaron. El papá de Lula había estudiado Ciencias Médicas pero no pudo terminar la carrera. Por eso, para ella, cuando creció, una forma de continuar ese legado era obtener el título de doctora. Estuvo cuatro años en la Universidad Nacional de La Plata pero desde la mitad de la carrera le dolía la panza. Su mamá fue tajante. “Lucía, te cambiás de carrera si no estás feliz”. Al poco tiempo conoció a una chica que estudiaba Arquitectura y se pasó a los planos y las mediciones para construir casas y edificios.

Mientras estudiaba Arquitectura en la Ciudad de La Plata (unos 60 kilómetros al sur de la Ciudad de Buenos Aires) retomó la Náutica, que con los vaivenes de las crisis en Argentina había dejado en el 2001. Fue entonces cómo, desde esas orillas, empezó a coordinar la Fundación de Vela Adaptada para chicas y chicos con discapacidad y de bajos recursos.

Entrevista a Lula Monjeau

¿Cómo fueron esos primeros años en la navegación?

Si bien al principio me daba miedo porque le tenía pánico a los lobos marinos, cuando tenía unos 10 años empecé a ver que en el verano venían chicas y chicos de todo el país y del mundo a correr regatas a Mar del Plata y me fui entusiasmando. Descubrí que había todo un mundo, empecé a correr campeonatos, me sumé a esa conversación más allá de los fines de semana con mis compañeras y compañeros del club. Había una comunidad que me divertía mucho.

Después, cuando cumplimos 14 o 15, con mi hermana nos pasamos al Europa, pero dejó de ser olímpico y murió esa categoría. También en los Cadet y Láser, pero éramos diminutas y no tuvimos muchas posibilidades de continuar. En el 2001 pegó muy fuerte la crisis, nos tuvimos que ir del club y dejé de navegar.

¿Cómo llegaste entonces a trabajar en Vela Adaptada?

Esos años de la crisis dejé de navegar, pero a los 18 años me fui a La Plata para estudiar Medicina. Por primera vez empecé a mirar la Náutica desde afuera, un poco la extrañaba, un poco me dolía, me subía a algunos barcos pero no era lo mismo. Pero al poco tiempo, cerca de los 22, volví a ser entrenadora de optimist durante los veranos que pasaba en Mar del Plata. En esa época conocí a un grupo de la Fundación Argentina de Vela Adaptada y entonces empecé a coordinar un espacio similar en el Club de Regatas de La Plata.

«La Fundación fue un quiebre. Si miro para atrás, la navegación para mí significaba llegar antes, navegar sola, seguir las reglas. De la Fundación para adelante navegar empezó a significar cambiar las reglas, llegar acompañada, crear». .  

¿En qué consistía tu tarea?

Eso también fue un legado importante, porque mi mamá trabajó durante muchos años como maestra de educación especial. Fue como mezclar los legados de toda la familia: la educación, la discapacidad y la navegación. Estaba muy bueno porque no se trataba de perfeccionar la técnica si no de que todas las personas pudieran salir a navegar. La mayor parte tenía alguna discapacidad y además eran muy pobres.

Entonces era muy importante que tuvieran confianza en sí mismos, salir al aire libre, a un espacio distinto, flotar y percibir el agua, pasar un momento divertido: teníamos alumnos o alumnas en sillas de ruedas que navegaban espectacular, un chico no vidente que nos enseñaba a timonear y orientarnos de acuerdo al lugar de dónde provenía el viento, también alumnos con Síndrome de Down o dentro del espectro autista que fuimos viendo cómo evolucionaban y progresaban de una manera increíble. Fue una experiencia muy hermosa que hice durante muchos años.

¿Qué pasó después?

Hasta ese momento no conocía a nadie que se hubiera dedicado a la navegación solo por gusto o que tuviera profesores de un curso de timonel. Para mí era natural navegar solo si nacías en una familia de navegantes. Pero conocí a una chica que había hecho el curso en Quilmes y se había entusiasmado con la vela; y nos encontramos en la Fundación de Vela Adaptada, donde comenzó a trabajar como voluntaria. Se entusiasmó tanto que se puso a estudiar y aprendió un montón. Nos hicimos muy amigas y, después, se convirtió en mi socia, Enriqueta. Después me recibí de arquitecta y me fui a vivir unos años a Nueva Zelanda.

¿Pero siguieron siendo amigas hasta hoy, cierto?

Sí, recuerdo que la primera vez que hicimos algo por fuera de una navegación fue juntarnos a ver una película: era el documental que narraba la travesía que hizo Laura Dekker, la mujer más joven en circunnavegar el mundo en solitario. ¡Lo increíble fue que esta misma semana nos pasó algo impresionante con eso!   

¿Cómo llegaron a crear su propia escuela en Uruguay?

En Nueva Zelanda me había puesto de novia con un uruguayo y en 2021 fui a vivir a Montevideo. Mi amiga también. Entonces nos ofrecieron trabajar de entrenadoras de Optimist y Láser en una escuela de Colonia del Sacramento. Nos íbamos todos los sábados y domingos a entrenar y dar clases con los chicos y chicas. Después de eso, nos ofrecieron dar clases en un barco de quilla y armamos una escuela de vela. De esa manera empezamos también a dar clases en Punta del Este o Montevideo, con otro velero pequeño que conseguimos en aquel momento, con la idea también de armar regatas internacionales con alumnos y alumnas que pudieran practicar en esos barcos.

La escuela es la semilla que nos permite hacer muchas otras cosas y que unió esa mirada sobre la navegación que me interesaba rescatar: que cualquiera puede hacerlo aún cuando no haya pertenecido siempre a este mundo.

 

¿Cuáles fueron las regatas que corrieron?

La primera fue Les Voiles de Saint-Tropez: alquilamos un Dufour 40 de un amigo uruguayo que lo tiene impecable. De ese modo, nos propusimos correr una o dos regatas por año con nuestros alumnos y alumnas. Después llegó la Copa del Rey, la Barcolana –con más de 1500 barcos—y la Veneciana, que fue increíble porque entramos hasta la Plaza San Marcos con las velas desplegadas, que es el único momento del año en que se puede hacer eso. Ese mismo año, unos alumnos de Uruguay se compraron un barco en Europa y lo trajimos desde Cabo Verde hasta Punta del Este.

¿También corrieron regatas en Uruguay o Argentina?

Sí, desde hace cinco años corremos la Rólex del Atlántico Sur que une Buenos Aires con Punta del Este. Tratamos de alquilar distintos barcos, depende la cantidad de alumnos que corran la regata: este año éramos tantos que logramos dar con el Tinto, que es un barco hermoso de cincuenta pies. Después nos fuimos al Caribe, donde alquilamos un catamarán Lagoon y paseamos por todas las islas durante diez días. Ahora compramos un Hanse 42 en Alemania que estará disponible para la escuela desde diciembre.

¿Y por qué me decías que esta semana pasaron cosas increíbles además?

Porque Enriqueta está trayendo ese barco que compramos desde Alemania, pasó hasta Holanda, donde está recorriendo todos los canales junto a otra parte de nuestro equipo y alumnos y alumnas del curso. Yo, en Uruguay, por mi lado, recibí un mensaje de la nada de un señor que estaba buscando unos insumos para su barco: le habían pasado mi teléfono. En realidad no me había quedado claro qué quería pero cuando investigué quién era resultó ser el padre de Laura Dekker. Le escribí a mi socia para decirle quién estaba en Uruguay, que habíamos visto el documental de la hija y nos había encantado. No lo podíamos creer. No sé, pasaron dos horas del llamado con ella, y Enriqueta se cruzó con el barco de Laura Dekker en Holanda, que también estaban por ese tramo de los canales.

¿Y qué ocurrió?

El mismo día que me escribe el padre entonces me pasó el teléfono de la hija y mi amiga fue con nuestros alumnos a conocerla a su barco, porque vive allí con su marido y nosotras no lo sabíamos, estaban volviendo a Nueva Zelanda. Mientras tanto, yo acá, me pasé toda la semana con el padre, subiendo alumnos a su barco y comiendo asados: una persona increíble, muy sencilla, muy cálida, muy humilde, me quedé fascinada, porque además construyó el barco con sus propias manos, terminamos organizando charlas para todos los alumnos. Fue muy loca esta coincidencia en distintas partes del mundo. No podíamos creer cómo son las posibilidades y el azar de encontrarnos en un mismo día con toda esa historia.

Enlaces

Punta Yachting: https://puntayachting.com/

Punta Yachting IG: https://www.instagram.com/punta_yachting/

 

Desde «Navegantes Oceánicos» agradecemos a Lulu Monjeau su colaboración con esta interesante entrevista, con nuestra admiración por su empuje y emprendimiento en el mundo de la náutica.

Te deseamos mucha suerte con la escuela de navegación y buenos vientos en tus próximas travesías.