Los libros de aventuras –novelas, cuentos, bitácoras de viajes o navegaciones— fueron las que lo atraparon cuando era un niño. Era raro, en esa época, donde en los living de la clase media de Argentina florecían como hongos los primeros televisores en blanco y negro, en la década del sesenta, que sus padres prefirieran otro tipo de alimento para el espíritu y el alma del chico.
Sin embargo, en su Córdoba natal –una provincia mediterránea, en el centro de la Argentina, rodeada de sierras (pequeñas montañas), valles y arroyos de piedras o, incluso, caleras— se entusiasmó sobre la idea de tener un velero a pequeña escala.
Sigfrido Nielsen cuenta que el mayor impulso llegó con la adolescencia: “Navegar, para mí, siempre estará relacionado con la aventura, el riesgo, por conocer nuevos horizontes».
Mis padres tenían una biblioteca muy amplia, no había televisión en mi casa pero sí muchos libros y yo tuve acceso a una gran cantidad de lecturas: desde Julio Verne y Emilio Salgari, hasta Jack London y toda la serie de Robin Hood, en las batallas navales o la misma historia de la humanidad desde Colón a Magallanes. Solo que desde el medio de la ciudad de Córdoba, mediterránea, un poco aislada, la lectura me llevaba a vivir en el mundo desde Alaska hasta las Filipinas”.
Hoy, con 62 años, a bordo del Caoba –un barco diseñado por Guy Rivadeau Dumas, preparado para travesías oceánicas, de 15 metros de eslora, que fue realizado de manera integral en Mar del Plata— Sigfrido cumplió un sueño que acariciaba desde hace un tiempo largo: cruzó desde Buenos Aires hasta las Islas Malvinas, 1290 kilómetros con una geografía excepcional, con costas irregulares y una gran cantidad de puertos naturales, que circunnavegó durante varias semanas junto a dos tripulantes y amigos con ciertas particularidades: uno era un veterano del conflicto armado que se desató entre Argentina e Inglaterra, en 1982, en el Atlántico Sur.
Agradecemos a Sigfrido que comparta con nosotros su aventura en esta apasionante entrevista.
Sigfrido, ¿Cómo fueron sus inicios en la navegación?
Mi padre, que tiene 91 años, tiene un taller en su casa: a las 13 o 14 años me enseñó a trabajar la fibra de vidrio y construí un velero de ese material, inspirado en las aventuras que leía. Era un barco de un metro veinte centímetros, con su mástil, su quillote, navegaba en el lago San Roque y yo iba nadando detrás de él. Le ponía las velas y el barco iba. Después a los 17 años hice uno más grande, de 1.70 metros, a control remoto. Las velas se las encargué a la velería Hood. Leía mucho sobre cuestiones técnicas y me daba idea de cómo funcionaban.
¿Qué pasó después?
En esa búsqueda de la construcción de los primeros veleros, empecé a leer libros de navegación y a entender los principios de la vela. Un poco más grande me compraron un libro de regatas que hablaba de veleros de orza, para dos personas, y me largué a navegar por primera vez con los Pamperos (tipo de barco diseñado en Argentina). La primera vez que me subí a un velero fue en el Dique Los Molinos: un amigo de mi padre que nos encontramos por casualidad nos invitó a navegar, a los cinco minutos yo ya había tomado la caña del timón y llevaba el barco. El tipo me preguntó si había navegado alguna vez, le dije que no y no lo podía creer. Pero creo que sabía mucho por todo lo que había leído y los veleros que habían diseñado a escala, donde conocía que era la rosa de los vientos, el través, la popa, la ceñida.
¿Estudiaste algo relacionado con todo esto?
No, estudié Geología en la Universidad Nacional de Córdoba, pero tenía un departamento de Educación Física para los estudiantes y graduados. Se armó un equipo de navegación a vela y rendí el curso de timonel. En el segundo año cursé patrón y navegaba todos los fines de semana. Arrancamos con dos Pamperos y al poco tiempo había más de 90 estudiantes. Me tomaron como ayudante, porque era la cátedra más numerosa de Educación Física de la facultad. El programa “El mar nos une”, que era de la Armada Argentina, le donaba a las universidades estos veleros y todos los elementos para aprender navegación. Un poco después ya teníamos cinco pamperos y una lancha. Solo dos años después ya daba el curso de patrón de yate a vela también.
¿Después llegaste a Buenos Aires?
Cuando me recibí en la carrera viajé a Mendoza a hacer un posgrado y después vine a trabajar a YPF a Buenos Aires. Durante un tiempo di clases de práctica en el Río de La Plata en los veleros H19. Con los años comencé a hacer navegaciones oceánicas: fui hasta Ushuaia o a Angra dos Reis, en Brasil, o remontamos el río Uruguay por todo su cauce. En 2020 (en plena pandemia) fuimos hasta el sur de Argentina, con un total de catorce escalas, mucha navegación costera, recorrí todo el litoral marítimo argentino. Por eso después nos animamos a pensar en Malvinas.
¿Cómo fue la preparación del Caoba antes de zarpar, con qué elementos contaban para anticipar los imprevistos propios de una navegación oceánica?
Yo no trabajo de manera improvisada: hay todo un equipo detrás, que somos amigos, como un meteorólogo o médicos que nos armaron un botiquín y una sala de primeros auxilios con bisturí, elementos para abrirte una vía o medicación inyectable. También elementos para fijar articulaciones en el caso de trauma para brazos o piernas. También me comunicaba con radioaficionados y con un teléfono satelital. Hay todo un equipo que está en tierra, que nos sigue y nos ayuda.
¿Quiénes eran los tripulantes que te acompañaban en esta travesía?
Me acompañaron Alejandro Diego, que fue combatiente en la guerra y estuvo embarcado durante dos meses en 1982, y Pablo Leoni, que también había navegado conmigo hace unos años por el Atlántico Sur.
¿Cómo es la navegación en una región de altas latitudes y vientos fuertes? ¿Qué recaudos tuvieron que tomar en ese sentido?
La previsión meteorológica es altamente confiable, no es lo mismo en el Río de la Plata que en medio del mar. La interacción entre la tierra y el agua hace que a veces tenga un menor grado de certidumbre. En el sur es más fácil y el pronóstico a diez días es bastante confiable. Una vez que partimos el meteorólogo va actualizando el pronóstico a medida que pasan los días. Entonces yo salía de un lugar y ya sabía con qué me iba a encontrar. Pero funciona muy bien y la habíamos puesto en práctica desde que fuimos a recorrer la Patagonia por la costa.
¿Cómo fue la travesía?
El 8 de diciembre de 2024 partimos desde Buenos Aires hacia Mar del Plata. Luego desde Mar del Plata partimos el 7 de enero de 2025 rumbo a Puerto Stanley (en Argentina se denomina Puerto Argentino, los británicos lo llaman Stanley), en la costa sur de la Isla Soledad, que forma parte del Archipiélago de las Islas Malvinas. Hicimos escala en Caleta Hornos, al norte del Golfo de San Jorge, en la Provincia de Chubut, muy protegida cerca del puerto de Camarones, donde actualizamos la previsión meteorológica (con el Windy) después de cuatro días de navegación. Está región está llena de islas y caletas, es el Caribe Sur, es bellísimo. Es una reserva natural, le llaman la Patagonia Azul, hay focas, leones o lobos marinos, pingüinos en el mar, y zorros, guanacos en tierra. Desde Caleta Hornos, en cuatro día, llegamos a Stanley. En total fueron unos diez días de travesía.
Si les tocaba mal tiempo, por ejemplo, ¿cómo se organizaban o qué técnicas utilizaban a bordo?
Cuando íbamos a Malvinas, paramos en ese golfo cerca de Camarones un día y algo, porque se venía un frente sur muy fuerte, con viento en contra, también para descansar porque la navegación era agotadora con tres personas a bordo. Eso nos alargó el viaje.
En cambio, para el regreso, solo seis días, en un viaje directo desde Stanley a Mar del Plata, ahí sin escalas, porque es más fácil ir en sentido sur-norte por los centros de baja y los vientos que predominan que son del sur y sudoeste antes que el viento norte. Ese trayecto fue bárbaro porque eran 850 millas casi de manera directa: solo teníamos que esquivar a la flota pesquera de la milla 201 (que es una ciudad flotante de barcos chinos, coreanos, entre otras nacionalidades, impresionante, iluminada, que pesca sin control ni límites durante los 365 días del año): muchos de esos barcos no tienen identificación nocturna y he visto historias que se ponen agresivos o piensan que vas a delatarlos, entonces preferimos evitarlos y nos pegamos hacia la milla 180 del lado del continente, que es parte de nuestro territorio de Argentina. Llegamos a Buenos Aires el 18 de febrero de 2025.
¿Cómo los trataron los habitantes?
Yo estoy muy agradecido: nos trataron muy bien. Fuimos muy tranquilos, no queríamos provocar nada. La premisa era respetar para ser respetados, recorrer los escenarios significativos de la guerra y buscar a su vez tender vínculos con navegantes locales y otros pobladores. Pero cuando llegamos, estábamos sobre una boya pública cerca de la costa y vino un malvinense (de mal modo) a pedirnos que bajáramos la bandera de Argentina. Fue muy agresivo y nosotros bajamos la bandera. Nos dieron una bandera de las Falklands (ya teníamos puesta la bandera británica de cortesía). Pero las autoridades de Prefectura, Aduana y Migraciones nos trataron muy bien y nos dijeron que teníamos derecho a poner la bandera, que es la ley internacional y nos apoyaban en esto.
¿Pero qué percibieron durante la estadía?
Nos quedamos varias semanas y después de diez días de estar en Stanley fuimos a recorrer todas las islas también con el barco. Ya no bajamos más la bandera. La gente es amable y nunca tuvimos ningún otro problema. Lo que percibimos es que los habitantes de Malvinas también sufrieron la guerra en su casa, porque los poblados también estaban repletos de gente, luchando en los campos a poca distancia de todo, estuvieron encerrados o prisioneros en sus propias casas. No lo quieren volver a vivir y generó que no les caigamos muy simpáticos. Lo que buscamos con el viaje es contribuir a la reconciliación y a sanar las heridas.
En definitiva, ¿cuál consideras que fue el sentido de este viaje?
Fuimos el primer velero que circunnavegó todas las islas. Tuvimos muchas razones para emprender este viaje. Sin embargo creo que una de las más importantes fue contribuir a la paz y que se celebre, en algún momento, algún tipo de acuerdo entre nuestros países. Lo que buscábamos, en definitiva, es aportar un granito de arena para eso y demostrar que podemos tener buenas relaciones.
Puedes conocer más información de este proyecto en los siguientes enlaces:
Desde «Navegantes Oceánicos» agradecemos a Sigfrido Nielsen que comparta con nuestros lectores su aventura a la Islas malvenas en esta interesante entrevista, y le deseamos mucha suerte en su próximas navegaciones.