A pura vela: “La sensación fue que salimos a buscar la magia”

Las falsas dicotomías no cuajaron nunca, parece, en esta familia: ¿Por qué habría que optar entre una casa en medio de la Patagonia, con una vista a montañas de picos nevados, lagos congelados, al pie de Cordillera de los Andes o un barco mecido por los vientos alisios, el calor del verano en el hemisferio norte o las olas transparentes de Curazao? Justina Parma y Rupert Gracia no lo dudaron: cuando terminaron la construcción de su casa en Bariloche, el deseo de una nueva aventura fue más fuerte y se lanzaron a navegar por el mar: fue en Florida, entre el Golfo de México y el Océano Atlántico, a bordo de un Whitby de 42 pies, en el que viven desde 2023.

El “Vito”, el velero a pura vela (que Rupert se la pasa cosiendo en una máquina Singer), de dos palos, sólido y marinero, fue construido en 1981 en Canadá por la Whitby Boat Works, casi la misma edad que sus nuevos dueños, que ahora viajan también junto a sus dos pequeñas hijas: Andina y Milena, de 7 y 9 años de edad. El diseño del barco fue realizado por Ted Brewer y su número de casco es el 177 de unos 350 que se construyeron desde entonces. Un vecino de amarra (“todos los vecinos de amarra parece que hablan siempre solo de barcos”, se ríen), hace poco, de hecho, refiriéndose a su nueva casa, les dijo: “¡That boat has such a good reputation!” (“¡Ese barco tiene muy buena reputación!”).

“El plan inicial era pasar uno o dos años viajando, con toda la familia, a bordo de un barco, para conocer y recorrer todas las islas del Caribe. Lo único que teníamos claro es que de Florida podíamos cruzar a Bahamas: lo demás no sabíamos nada. Finalmente fue lo que hicimos y lo que logramos en estos dos años: es decir, cumplimos con nuestro principal objetivo. Solo que ahora se nos abrió un mundo distinto y si bien pensamos en volver a Bariloche estamos planeando cuál será el siguiente paso para continuar con una nueva travesía”, dice Rupert, muy temprano por la mañana, del otro lado de la pantalla, antes que el calor derrita hasta las palmeras.

¿Cómo se les ocurrió arrancar una aventura a bordo de un velero en el Mar Caribe?

(Rupert) Justina y yo vivimos en Bariloche junto a nuestras dos hijas, Andina y Milena, que tienen 7 y 9 años pero cuando arrancamos esta aventura tenían 5 y 7 años en 2023. Nosotros nacimos y crecimos en Buenos Aires, me mudé muchas veces con mi familia, en el último tiempo allá tenía un taller mecánico cerca de Thames y Panamericana, en Boulogne (en el partido de San Isidro, a unos 25 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires), pero llegué a la Patagonia un poco antes de la crisis del 2001 porque la ciudad estaba muy violenta y me planteé si quería vivir en un lugar así o buscar otro destino: dentro de Argentina era lo que más me gustaba, tampoco era que conocía mucho de nada. Llegué con un jeep, un perro y un amigo: me encontré con un lugar muy hermoso para vivir. Justina llegó a Bariloche un poco después, pero  los dos estábamos bastante lejos de los barcos.

(Justina) Yo vivía en el norte de la Ciudad de Buenos Aires, siempre cerca del río y, sin embargo, nunca tuve mucha cultura náutica. En mi infancia no nos criamos navegando para nada pero Bariloche era un lugar donde íbamos a acampar en los veranos y siempre estuvo ligado a las aventuras de nuestra vida. Estudié Musicoterapia pero siempre me gustó mucho viajar y empecé a aprender otros oficios como la programación o el desarrollo de aplicaciones. En Bariloche, de hecho, se abrió la posibilidad de construir una casa, que en la ciudad era muy complicado y además es un lugar hermoso para que crezcan las chicas. Pero, desde antes que nacieran nuestras hijas, fantaseábamos con viajar en familia. Después de sentar las bases, de armar un espacio y un lugar, cuando esa etapa estuvo terminada, dijimos: ¿Y ahora qué hacemos? La sensación fue que salimos a buscar la magia aunque no teníamos ni idea cómo se compraba un barco.

¿Por qué decidieron viajar entonces en un velero y no, por ejemplo, arriba de un motor home?

—(Rupert) Hace unos veinte años atrás, un primo me invitó a vivir a bordo de un velero para pasar un tiempo en Panamá: a ese barco le había caído un rayo y había que arreglarlo un poco. Yo trabajaba de mecánico y mi primo me preguntó  si se lo acondicionaba. Me instalé en el barco, lo empecé a arreglar y los navegantes vecinos me fueron enseñando de qué se trataba todo esto. Finalmente, me quedé casi un año y comencé a navegar por el mar. Me di cuenta que realmente se puede y que no es una locura, que no se necesita ser un experto o hacer mil cursos. Me volví a Bariloche y, sin embargo, me quedó esa sensación o ganas de probar un poco más.

— (Justina) Yo venía viajando por toda Sudamérica: a dedo, en bicicleta, de todo un poco. Pero en un barco nunca se me había ocurrido: cuando lo descubrí la idea de moverte con el viento era mucho más hermosa. En un motorhome, por ejemplo, implicaba mucho más gastos y quemar combustible. Pero, en cambio, el barco sin dudas era otra cosa.

 ¿Cómo fueron sus inicios en la navegación?

—(Justina) Cuando nuestro plan empezó a tomar un poco más de forma hicimos cursos de navegación en el lago Nahuel Huapi. Además, teníamos algunos amigos con barcos en Bariloche y empezamos a navegar con ellos. Me gustó mucho la experiencia, me encantó navegar, me abrió ese deseo.

—(Rupert) Yo también trabajé en un velero, al que le hacía el mantenimiento, con el que también hacíamos algunas salidas. No fue la gran experiencia pero empecé a conocer un poco de qué se trataba.

Sin embargo, la navegación en los lagos del sur tiene su particularidad también porque los vientos son cruzados (desde el Pacífico corren más fuertes) sin contar también la profundidad de las aguas gélidas y la dureza de las piedras en las costas.

—(Rupert) Sí, es muy diferente, no te vas a varar nunca (como ocurre en el Río de la Plata) pero hay rocas si vas hacia la costa (se ríe).

—(Justina) El lago es traicionero, sí, pero también tiene la magia que podés tomar agua: acá en el Caribe es muy complicado el abastecimiento.

¿Cómo encontraron a Vito, el barco en el que navegan desde 2023? ¿Qué características tiene?

(Justina) Desde un primer momento comenzamos a buscar barcos, a ver cuáles eran las mejores opciones y vimos que en Florida, Estados Unidos, había un mercado grande, con muchas posibilidades.

(Rupert) La mayor parte de los barcos que se pueden conseguir en Argentina son veleros costeros para el río y no están preparados para las travesías por el mar. No sé si hay otro lugar en América donde exista una oferta tan grande de barcos usados como en Florida. Además, nos permitía estar cerca del Caribe para emprender nuestro viaje.

 Este barco es de dos palos, parece muy sólido, ¿cómo lo experimentan ustedes en su vida cotidiana?

—(Rupert) Lo que buscábamos era un barco de crucero, que fuera habitable (no solo para dos o tres semanas), que tuviera determinadas características como dos camarotes (uno para nosotros y otro para las niñas) y con el cockpit centrado. Además, procuramos que tuviera la quilla corrida, con un diseño más elástico, de crucero, que fuera estable en caso de una varadura, para que el timón y la hélice estuvieran más protegidos. También queríamos que tuviera dos mástiles: este velero tiene cuatro velas, dos en la proa (con la misma superficie que si tuviera dos velas y una sola jarcia) y otras dos en el centro, lo que nos permite que sean más pequeñas y manejables, más propensas a permitir que haya algún error… si trabuchás o tenés algún problema en la botavara no lo rompés tanto. Tiene también una gran reserva de agua dulce o de combustible para diesel. Es un barco pensando para vivir a bordo.

—(Justina) El mástil de la mayor también es más bajo entonces permite que el calado sea menor. Eso nos fue muy beneficioso en muchos destinos: hay lugares donde anclar más seguros y tranquilios, que vemos que a otro tipo de barcos no se lo permite el mismo calado. Sobre todo lo vimos en Bahamas. También es un velero que no ciñe tanto como los modernos pero para navegar con las niñas, sin apuro, lo vamos frenando. No nos interesa ir rápido: si hacemos una travesía de 20 horas que puedan ir durmiendo o en cubierta pero de manera confortable. Este modelo por eso se adaptaba a las cosas que buscábamos y era nuestro favorito, había cuatro o cinco en Florida y finalmente nos decidimos por este. Durante mucho tiempo hicimos tablas comparativas entre modelos, mirábamos videos de otros navegantes, buscábamos informaciones sobre cómo era para vivir o para navegar, pero la experiencia de estos dos años nos dice que la elección es muy personal: este, para nosotros, funcionó muy bien y estamos cada vez más convencidos de nuestra decisión.

¿Cómo lo tomaron las chicas cuando les dijeron que iban a hacer esta aventura a bordo de un barco?

—(Justina) Nunca habíamos ido a Estados Unidos: fue la primera vez. No teníamos la VISA, nos llevó varios meses conseguirla y, finalmente, pudimos viajar. Sin embargo, no todo fue color de rosas ni tampoco fue perfecto: había momentos que extrañábamos, aunque nunca dudamos de lo que queríamos emprender. Pero lleva un tiempo la mudanza y eso que todo salió de acuerdo a nuestro plan inicial: fue clave encontrar el velero ideal para nosotros. Porque te podés equivocar muy fácil.

—(Rupert) Un poco antes de viajar, con el plan inicial, las chicas nos veían que estábamos todo el tiempo alistando cosas, armando los preparativos, viendo barcos o rutas en la computadora, todo ese proceso nos llevó más de un año. De a poco ellas también se fueron entusiasmando, les daba un poco de curiosidad, las motivaba a conocer de qué se trataba. En ese momento tenían cinco y siete años entonces iban a la escuela y tenían sus propios amigos pero tampoco era mucho por perder como si podría ocurrir en la adolescencia cuando los lazos son más fuertes.

¿Cuáles fueron sus primeras travesías?

—(Justina) Desde que llegamos a Estados Unidos teníamos pautado un mes para vivir, comprar el barco y mudarnos a bordo. Una vez que lo conseguimos logramos hacer todos los arreglos que necesitábamos, ponerlo a punto. En todo ese proceso nos ayudaron mucho los chicos del Bohemia (que no los conocíamos pero los contactamos) que justo estaban en Miami. Nos encontramos y forjamos una amistad muy fuerte y seguimos en contacto planeando cosas.

—(Rupert) En Florida estuvimos cinco o seis meses, conociendo el barco, preparándolo y haciendo travesías cortas por unos cuatro meses. Luego nos animamos a cruzar a Bahamas, donde estuvimos cuatro meses más y navegamos hasta República Dominicana. Nos agarró la temporada de huracanes y nos quedamos seis meses, porque no sabíamos bien cómo era, no teníamos experiencia y preferimos esperar en un lugar seguro. Ahí aprovechamos a sacar el barco del agua y terminar de arreglarlo con pendientes como pintar el casco. Una de las cosas que aprendimos por experiencias cercanas es lo frágil que puede ser esta vida por algún descuido como un mal fondeo y de manera muy fácil perder todo en un segundo.

¿Qué pasó después?

—(Justina) Después de toda esta primera temporada, en toda la travesía que fue desde Florida, nos dimos cuenta que habíamos navegado siempre ¡en contra del viento! No lo sabíamos. Todo nuestro primer año y medio de navegación fue en contra del viento pero no teníamos idea de eso cuando compramos el barco en Florida. Eso nos curtió y después descubrimos que hay otras estrategias para que el viaje no sea tan pesado. Después cuando arrancamos a navegar viento a favor no lo podíamos creer (risas) ¡descubrimos que era otro barco y estaba buenísima la experiencia!

—(Rupert) De Dominicana fuimos entonces a Puerto Rico, seguimos hasta Islas Vírgenes y ahí comenzamos a bajar por toda la cadena de las Antillas menores como Saint Marteen, Dominica, Santa Lucía hasta que llegamos a Martinique y, ahora, en Curazao. Hicimos todas las islas completas. Esta travesía fue la más larga que hicimos hasta ahora, de unos cuatro días completos, que fue con viento portante fuerte.

¿Cómo se organizan las rutinas diarias y cómo lo viven sus hijas en cuanto a sociabilidad, su escolarización, la vida cotidiana?

—(Rupert) Las chicas hacen la escuela a distancia y también estudian inglés porque lo usamos mucho en los viajes. Ahora, por ejemplo, nos reunimos con dos familias amigas en Curazao. Hoy tienen un cumpleaños, ya una de las nenas se fue con la tabla SUP al otro barco. Los dos trabajamos todos los días, tenemos una conexión satelital. Además contamos con un emprendimiento de pizzas en la popa del barco, Vito’s Pizzas, llegamos a una bahía y las vendemos a los demás veleros.

—(Justina) En Dominicana también fueron tres meses a una escuela, como oyentes, fue una experiencia espectacular. Nos damos cuenta que tenemos una vida con pocos gastos, bastante austera, pero cuando tenemos pendientes compras en el barco es importante contar con un presupuesto: ahora deberíamos cambiar las velas, contar con un timón de viento –para hacer travesías más largas– y también tenemos que actualizar la jarcia. Ese es el plan para la siguiente etapa.

 ¿Cuáles son sus próximos planes?

—(Justina) Hace diez días llegamos a Curazao y los últimos siete empezamos a pensar cómo sigue la travesía, estamos atentos al pronóstico, las corrientes, las olas, a una buena ventana para volver a zarpar. Si bien estamos quietos, amarrados hace algunos días acá, ya nuestra cabeza piensa en cómo será la siguiente navegación. Ya vimos que con el barco llegás a cualquier lado.

—(Rupert) Sí, el plan es ver una ventana para llegar a Colombia donde terminaríamos la segunda temporada y lo que planeamos en un primer momento. La idea era volver a Bariloche y retomar nuestra vida en la Patagonia pero lo que estamos viendo es que no podemos regresar como si no hubiera pasado nada porque aprendimos y descubrimos como es vivir de esta forma. Hay un mundo y una comunidad de gente que hace esto con muchas posibilidades y recorridos por emprender.

Una de las cosas que me parece que aprendieron en estos dos años, sin dudas, es que la náutica es muy solidaria, cómo le enseñaron a Rupert en Panamá cuando aprendió a navegar en el mar.

—(Justina) Sí, totalmente. Eso hablamos acá todo el tiempo: estamos en un momento del mundo donde impera el sálvese quien pueda, donde lo que consigo es por mi cuenta y nada más, pero nosotros no lo vivimos así y no queremos que las chicas crean que la vida es de ese modo. Todo el tiempo estamos intercambiando experiencias, conociendo lugares o cosas nuevas, ahora –de hecho– en medio de una comunidad de navegantes en Curazao con tres barcos donde hay seis niños y niñas. En este entorno en el que estamos es fácil entender que cooperando y colaborando entre todos se llega a un mejor puerto. Eso es lo que elegimos por ahora.

Desde «Navegantes Oceánicos» agradecemos a Justina y Rupert que compartan con nosotros sus experiencias de navegación y vida a bordo en esta apasionante entrevista.

Os deseamos vientos favorables y mucha suerte.