Imagen: Eugénie Nottebohm al timón
“Creo que lo salvaje me tranquiliza: el mar es como estar en casa, es mi elemento, en lo que me siento en paz”
Los diferentes puertos naturales de la costa, sobre la Patagonia de Argentina, cuando los nombra, suenan con un leve acento francés: Camarones, Puerto Deseado, Ushuaia o Puerto San Julián. Es que Eugénie Nottebohm nació en Suiza pero, a los cincuenta años, por los destinos de una enfermedad que la impulsó a no postergar más sus sueños –finalmente— se largó a la mar: desde entonces recorre el mundo a bordo de su velero, un Contessa 32, llamado Giulia. Incluso, en enero del año pasado (2024) cruzó el temido Cabo de Hornos junto a una tripulación de tres mujeres.
Pero la travesía no solo alcanzó la costa de Argentina: también se embarcó en la escritura de un libro que retrató su experiencia de los últimos años en la navegación y en la vida. Tiene, también, un título elocuente: Mi transformación… que podría ser la tuya. “Yo nunca pensé que me podría enfermar, hasta ese momento tuve una vida muy sana”, dice. En estas páginas relata cómo superó sus problemas de salud –sin dudas, demás está decir que la navegación fue un punto de inflexión para eso—, desde sus inicios en el Mar del Norte en Holanda, Bélgica o Inglaterra hasta su primer cruce en solitario hasta Azores.
Esta aventurera, que nació el mismo año del Mayo Francés y la Primavera de Praga, de madre panameña y padre belga, se graduó con Biología y se doctoró en Neurobiología en la Universidad de Bruselas, tiene además otras pasiones: la pintura. Sus obras se pueden ver en la cubierta de su velero y hasta la premiaron por su trabajo como artista. Ahora planea sus próximas travesías que incluyen toda la costa de Chile, una excursión (de ser posible) a la Isla de Pascua y hasta un cruce a las Marquesas a principios de 2026 cuando el verano despunte en el sur: unas nuevas aventuras que serán narradas, quizás, en su próximo libro. Porque si de algo está consciente es de dejar huella.
Imagen: Eugénie Nottebohm en Salvador
¿Cómo fueron tus inicios en la navegación?
Empecé a navegar en Bélgica, junto a parejas que tuve en diferentes épocas. Me gustaba tanto (no quería ser la mujer que acompaña a su hombre) que me fui a capacitar en una escuela francesa que está en Bretaña. Hice distintos cursos y estuvo muy bueno porque esa región es conocida porque las aguas son muy complejas, hay distintos tipos de mareas, hay diferentes corrientes, la costa es de roca, entonces eso hizo que aprendiera muchas cosas bastante difíciles de sortear.
Después navegué mucho en el Mar del Norte en Bélgica y en Holanda también con la costa de diques y brazos de mar que se ramifican: eso para aprender es maravilloso. Se puede ir haciendo en distintas etapas hasta salir a mar abierto.
Dibujo de Eugénie Nottebohm: Giulia en puerto español
¿En qué medida tu profesión de bióloga es compatible con tu afición por la navegación?
La navegación a vela combina con mis estudios de Biología por estar en un medio natural como es el agua. Todo lo que tiene que ver con la observación tiene mucha relación con eso: ver las mareas, mirar las nubes, observar qué ocurre con los cambios climáticos, son parte de mi formación.
Imagen: Velero Giulia
¿Cómo repercutieron tus problemas de salud en la decisión de salir a navegar en solitario?
En 2015 me enfermé. En esa época tenía una pareja y nuestro sueño era navegar alrededor del mundo con su barco. Pero me separé y yo me fui a recuperar a la casa de una amiga –que también es navegante– en las Islas Azores. Cuando estaba en la casa de Camille conocí a tres chicos, muy jóvenes, aventureros, que no eran navegantes de toda la vida pero que viajaban en su barco. Cuando se fueron de las islas me puse a llorar de tristeza: “Se llevaron mi sueño”, me dije.
Entonces pensé que eso también lo podía hacer yo. Mi amiga me alentó a comprarme un barco y animarme a navegar. “¿Por qué no te comprás un barco vos?”, me insistió Camille. Ella nunca se lo había planteado.
Imagen: Eugénie Nottebohm en el Guadiana
¿Cuáles fueron tus primeras travesías? ¿Qué recaudos tomaste para esas navegaciones iniciales?
En esa época le conté sobre el proyecto a mi ex pareja, que quedamos amigos y me ofreció venderme su propio barco. Era lindo porque era un velero que conocía muy bien, lo había navegado, le habíamos hecho muchos arreglos juntos. Entonces era como un regalo para mí contar con un barco donde no tenía que empezar de cero si no que ya había sido parte de mi vida. Yo creo que también a él le dio tranquilidad que yo navegara en este barco y no en otro qué no sabíamos en qué condiciones iba a estar. Tenía claro o sabía que lo iba a cuidar y a preparar bien para una travesía por el mundo.
Imagen: Eugénie Nottebohm, primera navegación
¿Qué pasó después?
Todo lo fui haciendo ocurrió muy despacio: primero empecé a navegar con una vela, luego con dos velas, más tarde con todas las velas desplegadas de manera completa, pero siempre poco a poco. En un principio lo hice en aguas protegidas, luego en exclusas, más tarde en un lugar más abierto o en un brazo del mar pero sin ver la costa. Todos los trayectos más largos los hice en flotilla (varios barcos para hacer una travesía juntos) y siempre con la tranquilidad que si algo me pasaba había un barco al lado o cerca para rescatarme.
Después de la quimioterapia, cuando me sentí mejor y con más fuerzas, me animé a hacerlo en solitario: fueron tres semanas completas en Holanda. Lo más difícil (siempre lo digo) fue soltar amarras.
Imagen: Eugénie Nottebohm, solo con Giulia
Pero una vez que soltaste amarras, no paraste más.
(Se ríe) Cuando decidí soltar amarras, lo máximo que había hecho eran 30 millas y nunca había navegado de noche. Entonces fui abriendo: primero hice 50 millas, luego 120 millas, después salí de un lugar a otro sin ver la costa, pero cuando de verdad me lancé del todo fue para visitar a mi amiga (la que me había cuidado en la enfermedad) en las Islas Azores. Salí de Inglaterra, hice toda la costa, en un viaje de 800 millas.
Después llegó la pandemia, y mi barco quedó fondeadoo en el Guadiana. Los controles de salud los hice yendo y volviendo de Azores y Portugal. Cuando me recuperé retomé desde Portugal, después de dos años (cuando abrieron los puertos) y continué hasta Cabo Verde, crucé el Atlántico y llegué hasta Salvador de Bahía. Desde allí fui bajando por Victoria, Búzios, Para Ti, Floriánopolis, Río Grande do Sul y Punta del Este para venir a la Argentina. Tenía una tía aquí que quería visitar y una familia, muy amiga de mis padres, que eran navegantes y también me esperaban.
Imagen: A bordo del Giulia
¿Cuáles fueron los mayores peligros en esas travesías?
La gente piensa que el mar es peligroso pero uno achica velas, se pone a la capa, ve los pronósticos, tomás un camino alternativo si el viento está de popa, se busca otro rumbo o viento más confortable hasta que pase el mal tiempo. Yo armo plan A, B, C y D: si no me siento cómoda veo cómo lo resuelvo. La verdad es que el mayor peligro son los otros barcos, el cruce con rutas marítimas, cerca de la costa. En el mar abierto, en condiciones normales, tenés muchas opciones.
Me gusta mucho estar sola en altamar, no me desespera, realmente me encanta: soy muy observadora, muy contemplativa, soy pintora. Cuando era pequeña había algunos conflictos en mi casa y yo me iba sola al bosque. Creo que por eso lo salvaje me tranquiliza: el mar es como estar en casa, es mi elemento, en lo que me siento en paz.
Dibujos de Eugénie Nottebohm: Biscaye
¿Cómo surgió la idea de escribir un libro sobre tu enfermedad y luego la aventura de lanzarte a la mar
Cuando me compré este barco y salí del astillero en Inglaterra, me dijeron: ‘Hay un inglés, John Kretschmer, que escribió un libro que te va a encantar”. Me insistieron mucho para que lo leyera porque había hecho un viaje desde Nueva York hasta el Cabo de Hornos en un Contessa 32, igual que mi velero, llamado Gigí. Pero el libro estaba agotado y no lo encontré. Un tiempo después, cuando llegué a la Patagonia, muy emocionada por la travesía, fondeé mi barco frente a la Estancia Harberton (en Ushuaia, Tierra del Fuego) y saludé a los tripulantes de un velero muy grande que estaba anclado al lado.
Al otro día, vi que iban a tierra en un gomón y les pregunté si podían llevarme con ellos: resultó que era él. Me miró y se emocionó: había reconocido mi barco. Me regaló su libro, nos hicimos amigos. Cuando terminé de leerlo, le dije: “¡Qué bueno que lo leí después porque me hubiera dado mucho miedo navegar si lo hubiera conocido antes!”. Pero también hablamos mucho sobre eso: cómo los libros dejan huella, cuentan una historia, nos hacen conocer otras cosas de un mismo punto.
Este libro describe cómo la enfermedad cambió mi vida y también como la navegación a vela me ayudó a ponerme de nuevo en marcha. Fui muy abierta sobre lo que sentí, no para que la gente tenga pena, si no para que quede claro que cuando uno pasa situaciones tan difíciles también hay un después: uno puede tomar energías para cambiar.
Imagen: Cabo de Hornos
¿Con qué dificultades se topan las mujeres que quieren iniciarse en la navegación oceánica?
En Argentina o en Chile, por caso, hay muchas actividades ahora para las mujeres. Pero cuando una mujer, capitana, llega sola a un lugar, es un problema: he tenido comentarios sexistas. En Brasil, si bien me decían que tuviera cuidado, nunca me pasó eso: en los puertos son muy respetuosos con las mujeres, nos admiran, nos ayudan cuando desembarcamos. Me sorprendió mucho que aquí sí suceden esas cosas desagradables. Sin embargo, en el mundo eso –por suerte— está cambiando.
Imagen: Cabo Verde
¿En Europa eso no ocurre?
No, para nada. De hecho fueron dos amigos varones quienes me alentaron a navegar en solitario. Cuando me compré el barco todos los amigos o las amigas venían a pasear y cuando pasó la novedad me veían siempre que estaba en la amarra buscando tripulación para mi barco hasta que un día me dijeron: ‘Pero si ya sabés navegar, te tenés que animar a salir sola’. Me dieron muchas herramientas para hacerlo y me lancé un día a hacer pequeñas travesías en solitario. Justo esa región, además, es muy protegida y una puede ir paso a paso, no todo junto, eso también es lo bueno.
Dibujo de Eugénie Nottebohm: Entrando a Puerto Deseado, de noche
¿Cómo preparás el velero en estas navegaciones oceánicas? ¿Cómo prevés la meteorología o qué instrumentación llevás en esos periplos?
El mejor secreto que me enseñaron es a preparar el velero de manera completa antes de cualquier travesía. Por ejemplo, en mis navegaciones, anoto todo con lo que me voy a topar en ese viaje: las boyas, los faros, cuál es su altura, qué colores son sus luces, si es de noche cómo las distingo, los cambios de rumbo. Lo dejo registrado en un cuaderno, como un libro de notas, donde escribo desde la salida, con qué me voy encontrar, con me toparé después, qué pasará si viro para aquel lado, en una bahía si veré tal o cual cosa. Todo eso lo reporto junto a la carta náutica.
Pero la ventaja de hacer esas anotaciones de manera previa es que uno está más atento a lo que busca o en lo que hay que poner el foco. También me permite que no tenga que entrar a la cabina para revisar la carta náutica: un instructor me dijo que un buen navegante prepara todo, de modo que uno sabe todo lo que va a ocurrir y con ese cuaderno en el bolsillo vas chequeando que suceda. De esta manera, uno tiene el 95 por ciento del tiempo fuera del barco y el otro 5 por ciento en la cabina: también me di cuenta que al tenerlo todo anotado me hago como una película de lo que vas a ver y eso ayuda mucho a memorizarlo.
Imagen: Canal de Beagle
¿Y en cuánto a tecnología?
En navegación costera llevo el Navtex y en navegación oceánica también un teléfono satelital. Tomo la meteorología dos veces en el día: una por la mañana y la otra por la noche. Con esos datos preveo el rumbo. También me ayuda mucho la observación porque, como siempre dicen, la previsión es un pronóstico, no quiere decir que realmente ocurra, entonces estoy muy atenta a lo que veo. Porque muchas veces no ocurre como dicen. Por cualquier cosa también tengo un par de contactos de amigos navegantes, en tierra firme, por si tengo dudas, para que puedan hacer un análisis de forma más detallada. Me sirve mucho, cuando estoy en un lugar, ver de qué modo el pronóstico coincide con la realidad. En eso la experiencia y la observación son fundamentales.
Imagen: Fondeo en Habberton
¿Cuáles son tus próximos planes?
Mi plan es continuar el viaje a Polinesia. Me di cuenta que me encanta compartir pero también me gusta estar sola. En Puerto Deseado encontré una pareja y nuevos amigos. Él me alienta a que lo haga: quizás después pueda viajar en avión y nos encontramos allá a compartir esos paisajes y lugares porque es mucho más lindo hacerlo de a dos. Pero en el medio del océano yo también prefiero estar sola. Ahora el barco está en Puerto Montt. La idea es navegar por Chile para dejar el barco cerca de donde voy a partir. En el inicio del 2026 la idea será retomar por toda la costa y me gustaría parar en la Isla de Pascua. Lo veré en el momento, si se puede, para cruzar luego el Pacífico.
Imagen: Buenos Aires
¿Y qué dijo tu amiga Camille cuando llegaste a las Izlas Azores en tu propio barco, después de lo que te había alentado para hacerlo?
Fue un momento increíble: estaba toda su familia, en el muelle, esperándome para desembarcar. Estaba feliz.
Dibujos de Eugénie Nottebohm: Solent
Desde «Navegantes Oceánicos» agradecemos a Eugénie Nottebohm su colaboración con esta apasionate entrevista.
Eugénie es un ejemplo de superación personal, en el que la mar y la navegación han sido una de sus grandes motivaciones.
Enhorabuena Eugénie, y te deseamos mucha suerte y buenos vientos en tus próxinas aventuras.
Puedes obtener más información en los siguientes enlaces:
L’ Art itinérant d’Eugénie: https://www.instagram.com/eunogal/
Eugénie Nottebohm auteur: https://www.instagram.com/eugenie_nottebohm_auteur/
Mi transformación: https://www.amazon.com/-/es/Eugenie-Nottebohm-ebook/dp/B0DTFL1PT9