Desde muy joven, CARLOS CUADRADO entrenó en el deporte del tenis, donde destacó hasta llegar a ganar el prestigioso Trofeo Roland Garros Junior con apenas 18 años. Sin embargo, las lesiones le obligaron a retirarse prematuramente de la competición tenística. A pesar de ello, continuó en el mundo del tenis, en Australia, como entrenador de alto rendimiento.
En 2017 dio un gran giro en su vida, se compró un velero oceánico y se lanzó a la aventura de dar la vuelta al mundo, completándola en cuatro (4) años. Recientemente se ha publicado su libro “Un rival impredecible” donde relata sus aventuras y como ha afrontado los desafíos de la navegación oceánica.
Agradecemos de antemano a CARLOS CUADRADO, que comparta con nuestros lectores sus experiencias en esta entrevista.
Carlos, ¿Cuándo comienza tu relación con el mundo de la náutica?, ¿Cómo aprendes a navegar a vela?
Empezó en mi infancia, durante los veranos en la Costa Brava, con la zodiac de mi padre. Él y mi tío se iban a bucear y yo los acompañaba, fascinado por el mar. Ahí nació el sueño de tener algún día mi propio barco.
Años después, ya en Melbourne y trabajando para la federación australiana de tenis, ese sueño tomó forma. Me apunté a un par de cursos de vela, pero pronto entendí que la verdadera escuela estaba en el mar. Salí a navegar porque necesitaba aprender… y también porque el vacío que dejó una carrera de tenis interrumpida demasiado pronto me empujaba a buscar algo más. Quería ponerme a prueba, explorar mis límites, y reencontrarme con esa sensación de propósito que solo conocía en la competición.
¿Qué te impulsa a cambiar el tenis por la navegación a vela? ¿Cómo surge el proyecto de vuelta al mundo?
Primero solo quería aprender a navegar. Empecé costeando la costa este de Australia, pero después de pasar Sídney, las travesías cortas ya no me llenaban. Me lancé a cruzar a Nueva Caledonia y luego a Vanuatu. Ahí gané confianza, aprendí de verdad y me enamoré de las travesías en solitario, cruzando mares.
Después de Vanuatu, supe que quería más. El reto de dar la vuelta al mundo ya no era solo una idea… se volvió una necesidad. Una llamada imposible de ignorar.
Para que nuestros lectores se hagan una idea: ¿puedes contarnos como es el velero en el que diste la vuelta al mundo, sus cualidades marineras, características, equipamiento, etc.?
Mi velero es un ketch de acero de 12 metros, con dos mástiles y bañera central. Tiene quilla semicorrida, es muy pesado y sólido, perfecto para navegar océanos con seguridad. Lo equipé pensando en la autonomía y el confort en travesías largas: desalinizadora, generador, placas solares, agua caliente, nevera, hidrogenerador, buen sistema electrónico, radar, piloto automático…
Era más que un barco, era mi refugio, mi casa flotante, y mi compañero de desafíos.
¿Qué ruta has seguido en la vuelta al mundo?, ¿Cómo la planeaste y que factores tuviste en cuenta?
Seguí la ruta clásica de este a oeste, aprovechando los vientos alisios. Durante los seis meses que preparé el barco en Melbourne, me empapé de información, sobre todo de las guías de Jimmy Cornell. Ajusté la ruta y los tiempos teniendo muy en cuenta las temporadas de ciclones en el Pacífico y huracanes en el Caribe.
Quería pasar por el estrecho de Magallanes, pero la pandemia lo hizo imposible, así que crucé por el canal de Panamá después de doblar el cabo de Buena Esperanza. Cada decisión fue estratégica.
¿Quién te ha acompañado en esta aventura?, ¿Cómo has organizado las tripulaciones en las diferentes travesías?
Conocí a mi expareja en Nueva Caledonia, y durante un tiempo me acompañó por temporadas en el barco. Pero muchas de las grandes travesías las hice solo: crucé el Atlántico en solitario, igual que el Pacífico desde las Marquesas hasta Australia.
Me gustaba navegar solo. Hay algo mágico en el ritmo de las olas, en cómo los días se suceden uno tras otro, sin distracciones. Es una rutina profunda, imposible de encontrar en tierra firme. Pasé muchas horas conmigo mismo, y aunque la soledad pesaba a veces, nunca quise llevar tripulación. Ese viaje era mío, un reencuentro interior, una búsqueda de paz ansiada.
¿Es difícil la vida a bordo de un velero?, ¿Cuántas horas se duerme al día cuando estás en mitad del océano? ¿Echaste de menos algo de la vida en tierra firme?
Está claro que no es para todo el mundo. No sé si hay término medio: o te enamoras del estilo de vida o no puedes con él. Si te gusta, te adaptas rápido a los espacios reducidos del barco. Al final, lo que importa no es la comodidad, sino la experiencia: viajar, conocer gente, sumergirte en otras culturas, vivir aventuras y sentir una libertad difícil de explicar.
En las travesías oceánicas dormía por tramos de una hora. Me levantaba para comprobar que todo iba bien, revisaba el chart plotter y el radar por si había tormentas, y volvía a dormir. Cerca de la costa, dormía en la bañera con alarmas cada 20 minutos. El cuerpo se acostumbra. La mente, también.
La verdad, no eché nada de menos en tierra. A veces, quizá, la variedad o el acceso a ciertos alimentos… pero formaba parte del viaje, del reto. Nunca sentí una gran necesidad. Estaba donde quería estar, viviendo con lo justo, conectado con lo esencial. Y eso, más que una renuncia, fue una elección.
Carlos, has navegado muchas millas durante la vuelta al mundo. ¿Qué destacarías de las navegaciones en el océano Atlántico, Pacífico e Índico?
El Océano Índico fue, sin duda, el más duro. Las olas venían cruzadas y golpeaban por el costado, y siempre aparecía una más grande de lo normal, sin previo aviso. Las tormentas eran más violentas, con una energía salvaje que imponía respeto en cada milla.
En cambio, el Atlántico fue el más agradecido. Vientos constantes, corrientes a favor… llegué a hacer récords de 180 millas por día. Dejaba la mayor izada por la noche sin preocuparme, y rara vez tuve que tomar un rizo de emergencia.
El Pacífico tuvo lo suyo: desde Panamá hasta las Galápagos, el viento era inconstante y muchas veces de cara. Pero una vez superado ese tramo, hasta las Marquesas fue una delicia. Cada océano tiene su personalidad. Y todos pueden ser una balsa de aceite un día… y transformarse al siguiente.
Desde las Marquesas a Australia, hay que estar muy atento con la cantidad de arrecifes que hay, también con la llegada a Australia en condiciones buenas. Todo necesita planificación.
¿Que técnica utilizaste contra los temporales? ¿Qué velas y equipamiento utilizabas en esta situación?
Antes de zarpar, me estudié a fondo el libro *Heavy Weather Sailing* de Peter Bruce. Analiza casos reales que terminaron mal y explica por qué, y qué se podría haber hecho diferente. Me ayudó a ganar perspectiva y preparar estrategias.
En mi barco llevaba tormentín y podía tomar hasta tres rizos en la mayor. En condiciones duras, navegaba con dos o tres rizos, según la situación. Y si eso no bastaba, recurría a una maniobra de emergencia que me funcionó a la perfección en el Índico: ponerme a la capa. Fue clave para mantener el control en medio del caos.
También habrás tenido la oportunidad de conocer personas y culturas diferentes. ¿Cómo ha sido la experiencia? ¿Hay algún país, puerto o isla dónde te gustaría especialmente volver?
Sí, sin duda. Me encantaría volver a la Polinesia. En el libro explico cuánto me marcó ese lugar y por qué fue tan transformador para mí… pero prefiero no desvelarlo aquí. Es un capítulo especial que merece ser descubierto en sus propias páginas.
También me quedó pendiente una travesía que sueño con hacer algún día: el estrecho de Magallanes, Tierra del Fuego, Ushuaia, los fiordos chilenos… toda esa región salvaje y remota me llama con fuerza. Siento que ahí todavía tengo una historia por vivir.
¿Cómo te transformó esta vuelta al mundo? ¿En qué cambió al Carlos que zarpó desde Melbourne?
Me cambió por completo. El Carlos que zarpó desde Melbourne buscaba respuestas, paz, propósito. El que volvió, lo hizo con menos certezas… pero con mucha más claridad. Aprendí a soltar el control, a vivir con lo esencial, a escucharme sin ruido alrededor.
El mar me enseñó paciencia, humildad y gratitud. Me reconectó con una parte de mí que había quedado enterrada bajo la presión del alto rendimiento. No volví siendo otro, volví siendo más yo.
Después de todo lo vivido, ¿qué significa para ti haber dado la vuelta al mundo en velero?
Significa haber sanado. Mi carrera como tenista terminó demasiado pronto, dejándome con una herida abierta y un vacío difícil de llenar. El mar me ofreció otra cancha, una más impredecible, sin rivales visibles pero con desafíos constantes.
Dar la vuelta al mundo fue, para mí, mucho más que un logro náutico. Fue una forma de reconciliarme con lo que fui y con lo que soy. Dejar atrás el ruido del pasado, escuchar el ritmo de las olas, aprender a estar solo sin sentirme solo.
En cada puerto, en cada tormenta, en cada amanecer sin tierra a la vista, fui soltando expectativas y descubriendo una paz que no conocía. El verdadero viaje no fue alrededor del mundo… fue hacia dentro.
Para finalizar Carlos, acaba de ser publicado tu libro “Un rival impredecible”, ¿Qué relata y qué mensajes nos transmite tu libro?
“Un rival impredecible” es el relato de una vida marcada por el deporte, la superación y la búsqueda de sentido más allá del éxito. Es un viaje que comienza en las pistas de tenis de España, pasa por Roland Garros, lesiones, caídas, aprendizajes… y termina con una vuelta al mundo en velero, cruzando océanos y enfrentando tormentas, dentro y fuera del alma.
El libro habla de reinventarse cuando todo parece perdido, de abrazar la incertidumbre, y de escuchar el silencio cuando el ruido ya no sirve. Es un homenaje a la resiliencia, a los sueños postergados, y a la belleza de vivir sin garantías.
No es una historia solo para navegantes o deportistas; es para cualquiera que se haya sentido alguna vez atrapado por lo que “debía ser” y haya tenido el coraje de preguntarse: ¿y si pruebo otro rumbo?
Desde «Navegantes Oceánicos» agradecemos a Carlos Cuadrado que comparta con todos nosotros en esta apasionante entrevista lo que ha representado y sus experiencias durante la vuelta al mundo a vela que ha realizado.
Te deseamos muchos exitos en la publicación del libro «Un rival impredecible» y mucha suerte en el futuro.